Este ha sido un curso académico raro como pocos. Tal vez, como ninguno que hayamos vivido, por una razón muy sencilla: no tenemos nada similar con qué compararlo en duración e intensidad. La universidad pública presencial se ha visto sacudida por un huracán. Al caos de la primera semana tras el estado de alarma decretado el 14 de marzo, se sumaron luego infinidad de instrucciones, normativas y protocolos que inundaban los correos del profesorado día a día, en una vorágine difícil de asimilar.
En mi caso, al tener discapacidad me considero una privilegiada por haber teletrabajado sin pausa. Doy clase en una universidad pública joven, con vocación tecnológica y que fue capaz de habilitar un Campus Remoto en siete días. Además, cuenta con una televisión propia y una plataforma de teledocencia que ya funcionaba con éxito desde hace más de 10 años en modo simultáneo a la docencia presencial. Para quienes combinamos desde siempre ambos modos, pasarnos íntegramente a las aulas virtuales no supuso un gran trastorno. Cosa distinta es cómo lo deben haber vivido esos colegas de mediana edad que nunca han utilizado un ordenador más que para pasar a limpio los papeles de sus conferencias o que utilizan y leen en clase el mismo Powerpoint desde la Edad del Hierro (todos hemos sufrido a alguien así, basta de fingir).
A pesar de ello, yo he aprendido mucho en estos meses de pandemia, confinamiento y enseñanza en circunstancias extremas y creo que la universidad pública también debería hacerlo. Las crisis son momentos generalmente oscuros, pero que también tienen un lado creativo: las situaciones límite agudizan el ingenio. Aquí van unas reflexiones personales a la luz de todo lo experimentado en esa extraña primavera que la pandemia nos robó.

1. A más tecnología, mejores docentes (no al revés)
La irrupción de las TIC en el sistema educativo vino acompañada en su día de un discurso que las convertía en la varita mágica: si un aula tenía ordenadores y cosas tecnológicas chulis, todo era intrínsecamente mejor. Spoiler: no. Lo que la pandemia de COVID-19 nos ha mostrado es que los estudiantes necesitan seguir en contacto con quienes les enseñamos, más si cabe que en la docencia presencial, porque es un tipo de relación especial que tiene un peso determinante en el éxito del aprendizaje. Así que menos fascinación por las pantallas y más formación específica. Todos los docentes tienen que saber exprimir convenientemente las herramientas disponibles o la tecnología no servirá de nada. Y esto puede ser a la larga un doble fracaso si, como parece, las pandemias y otras amenazas globalizadas han venido para quedarse.
2. Reajustar las expectativas, no bajar el nivel
Cambiar la manera de enseñar y sus canales tiene muchas repercusiones en otros planos de la profesión docente. Uno de ellos es el nivel de resultados esperados. Aunque en España no se ha dado un aprobado general como hizo Italia, el nivel ha caído tanto que casi puede homologarse a ello. Y, si como ha sido mi caso y el de algún otro colega, te niegas (por supuesto, ofreciendo todas las facilidades posibles a tus estudiantes) te conviertes en un bicho insensible, un troll con mocos verdes colgando de la nariz que no tiene empatía ante esta difícil situación. Casos como el de un grupo de profesores de la UJI que se mofaban del bajo nivel de los TFG presentados por videoconferencia, no ayudan, desde luego, a que nuestro alumnado se sienta apoyado. Lo que hay que modificar son las expectativas, las metodologías de enseñanza y las formas de evaluar, no el nivel de exigencia. [Puedes ver más sobre evaluación aquí: ¿Online o presencial?] El futuro de los jóvenes no puede ser un vaivén, ni la universidad un buffet libre en la que, si consiguen entrar, pueden coger lo que les apetezca. Hay que aspirar a la excelencia y para ello no basta con ser intentar buenos: hay que lograr ser mejores.
3. Calidad antes que burocracia
La universidad pública ha respondido con la lentitud de una manada de perezosos a los retos que impuso la pandemia de COVID-19. Siguen funcionando con estructuras del siglo XIX en pleno XXI. En este sentido, las universidades privadas online han ganado la mano y es ahí donde puede abrirse camino para avanzar hacia otro modelo más acorde con los tiempos. Modernizar la estructura interna, eliminar burocracia, reducir la precariedad laboral de los docentes y contratar nuevos perfiles que insuflen aire fresco pueden ser medidas que ayuden a encarar el futuro. Porque independientemente de lo que dure esta situación, lo único que a día de hoy parece seguro es que ya nada volverá a ser como antes. La universidad tampoco, y en ello va su supervivencia.
En Docendo Discitur no nos despegamos de la actualidad ni siquiera en verano. Mantente informado de todo lo que interesa a un estudiante o investigador/a y no dudes en consultarme tu caso.
1 comentario en “3 enseñanzas de la COVID-19 que la universidad pública debe metabolizar para sobrevivir”
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